Hay una palabra que me encanta: saboer. La oí hace tiempo, no la busquéis en el diccionario, es una palabra inventada. Significa «saber para saborear» y es de Déborah García Bello, una divulgadora científica y de arte extraordinaria (¡os recomiendo que la busquéis en Youtube!). Pensé en esta palabra en el momento que decidí escribir acerca de una escultura que no es figurativa, que en su día fue polémica, y que posiblemente no le guste a todo el mundo. Explicaré lo que he aprendido de la obra, el porqué me gusta y finalmente haré alguna interpretación más personal. ¡Vale! ¡Vale! ¡Todo esto está muy bien, pero de qué escultura hablo!. Si paseamos por el Cerro de Santa Catalina, en Gijón, frente al mar, disfrutaremos de una buena vista. En el año 1990 el escultor vasco Eduardo Chillida marcó un punto en ese lugar. Erigió una estructura de hormigón a la que bautizó como «Elogio del horizonte«. ¡Hay que reconocer que supo elegir un nombre bonito! Desde entonces quien pasa por allí se para y le presta atención. Es una obra que une la escultura con la arquitectura y que es ya un símbolo de Gijón.