
El vuelo de Barcelona hasta Copenhague, la capital de Dinamarca, estaba llegando a su destino. El comandante daba las correspondientes indicaciones a la tripulación y los pasajeros al informar que iniciaba el descenso del avión. Por la ventanilla a nuestra derecha veíamos desaparecer la costa sueca en el mar y una silueta blanca agrandarse a medida que descendíamos, una gran estructura que a modo de cremallera unía territorio sueco y danés. Teníamos ante nuestros ojos el Puente de Oresund, una obra maestra de la ingeniería que cruza el estrecho del mismo nombre para conectar las áreas metropolitanas de Copenhague (Dinamarca) y Malmö (Suecia).